Publicado el 2020-10-29 por
Norlan Echevarria
Por Darianna Mendoza Lobaina
Fotos: Juan Pablo Carreras
Especial de la ACN para Infotur
Gibara tiene la magia de las ciudades costeras, con el muro de su malecón como testigo de cientos de historias, amores y romances clandestinos forjados entre el agua salada y la brisa que les regala el Océano Atlántico.
Ubicada en la parte norte, a unos 32 kilómetros de la cabecera provincial de Holguín, la Villa Blanca de los Cangrejos como también es conocida, se distingue a la vez por su belleza arquitectónica, la gastronomía criolla, el verdor de sus paisajes y la sencillez de su gente que la convierten en un codiciado destino turístico.

Quienes lleguen a esta localidad del Oriente de Cuba, descubrirán un espacio alejado del bullicio citadino, con un centro histórico atinadamente conservado como Monumento Nacional desde 2004.
A más de 200 años de historia, Gibara atesora edificaciones majestuosas que exhiben estilos propios de los siglos XVIII y XIX como el hispano–mudéjar, el eclecticismo y el neoclasicismo, los cuales embellecen su entorno urbanístico. Destacan entre ellas el Museo de Artes Decorativas, la actual sede de la Casa de Cultura, el Teatro Colonial, que se encuentra en un amplio período de restauración; y la Iglesia enclavada en el parque central Calixto García.

Eduardo Mora, arquitecto de la Villa Blanca, explicó que es una ciudad peculiar, cuyo trazado urbano respeta las características naturales del terreno y obedece al modelo anfiteatro, donde el asentamiento poblacional funge como vistosas gradas y el mar junto a las costas los identifican como escenario de referencia en diversas partes del Mundo.

Los hoteles Ordoño, Arsenita, Plaza Colón y Bahía del Almirante constituyen importantes atractivos para el turismo, reconocidos por ofrecer a sus clientes un alto confort, atención personalizada y excelentes servicios.
Todos los encantos naturales son combinados con exquisitas recetas de la cocina típica gibareña, preparadas principalmente con mariscos.

La idiosincrasia de sus pobladores también cautiva a los forasteros, pues son personas sencillas que se detienen a conversar en plena calle mientras lidian con la ventolera del golfo, cuentan sus anécdotas, brindan el techo, la comida sin escatimar nada y se enorgullecen de su pedazo de tierra.
El destacado cineasta cubano Humberto Solás encontró en la hermosa Villa la locación perfecta para rodar escenas de Miel para Oshún, una de las películas más representativas de la filmografía nacional, que estuvo protagonizada por artistas consagrados como Jorge Perugorría, Isabel Santos, Adela Legrá y Mario Limonta.

A esas secuencias le siguió la iniciativa de obsequiarle a la urbe un espacio permanente para el séptimo arte, el cual en sus inicios fuera llamado Festival de Cine Pobre Humberto Solás, actualmente Festival Internacional de Cine de Gibara (FICGibara).
Frente al mar, desde el mirador o en la intimidad de las cuevas, este pueblo fundado en 1817 siempre invita a soñar, y aunque a veces despierte las nostalgias es el lugar ideal para el encuentro de los amores perdidos.
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